Postales Coleccionables

En este espacio estaremos publicando las respuestas a las preguntas que se encuentran en la colección de 16 postales promocionales del Primer Encuentro Ciudadano del Centro Histórico de la Ciudad de México


Aquí se publicará la fotografía a detalle y la fotografía abierta del sitio en cuestión, acompañado de la historia de estos espacios para entenderlos mejor y buscar su difusión, conservación y preservación.


Una manera lúdica para provocar el acercamiento a aquellos sitios que son parte de nuestro Patrimonio Cultural Tangible e Intangible.

Esperamos que esta sección sea de su agrado.


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Postal Número 1/16
¿Alguna vez has estado aquí?

Toma desde abajo de las escaleras de acceso a la Torre del campanario de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México
Fotografía: Isabel Fajardo

Catedral Metropolitana de la Ciudad de México
Fotografía tomada de Internet.

LAS CAMPANAS DE LA CATEDRAL DE MÉXICO

La historia de las campanas de la Catedral de México, es sumamente interesante. Cada una tiene su nombre y su historia. Hay algunas veteranas que vienen desde tiempos muy lejanos y no todas han sobrevivido a su larga exposición a los elementos y a los cambios de temperatura, que alteran su constitución, sobre todo si ésta no ha sido bien cuidada desde que nacieron. Y hablamos de su nacimiento, porque parecen estar dotadas de vida.
Aunque hay algunas más nobles que las otras y cuya historia se conoce al detalle, también hay otras anónimas, cuyos creadores no estamparon su nombre en ellas, que pasan inadvertidas e ignoradas.
La primera campana que hubo en nuestra Catedral, tuvo un noble origen: fue fundida de un cañón que Hernán Cortés había cedido para ello y la operación se efectuó en las casas que ocupaban la esquina de las calles llamadas actualmente Emiliano Zapata y Licenciado Verdad.
Con el tiempo, se fueron fundiendo otras campanas y, una vez concluido el primer cuerpo de la torre del lado del oriente de la primera Catedral, pensó el virrey Duque de Alburquerque que era necesario colocarlas antes de que se cerrara la bóveda que iba a cubrirlo. Fue él quien primero colocó las campanas que todavía existen en nuestra Catedral.
Considerado el Primer Monumento Religioso de América, la Catedral Metropolitana de México fue edificada a lo largo de 218 años por 16 arquitectos. Ha resistido sismos, incendios y hundimientos por más de 400 años.
Se dice que se conservaban ocho campanas en el campanario de la iglesia vieja, que fue demolida en 1626. El virrey, conociendo la dificultad del trabajo que implicaba bajar las campanas de la torre vieja, trasladarlas cerca del nuevo edificio y subirlas a donde habrían de quedar definitivamente, convocó a diversos maestros del arte para resolver el problema. Fueron presentados cinco proyectos y se aprobó el del fraile mercedario Diego Rodríguez.
Se hicieron los aparatos necesarios para la maniobra y el martes 24 de marzo de 1654 fué bajada la campana mayor, que se llamaba "Doña María" y pesaba 440 quintales, o sea, 20,240 Kilos y trasladada cerca de la torre nueva.

Esta campana, cuyo verdadero nombre era "Santa María de la Asunción", pero que era nombrada por el pueblo “Doña María”, fue fundida por los hermanos Simón y Juan Buenaventura. En 1734 la campana seguía en servicio, pero como hacía más de treinta años que la lengüeta la golpeaba en el mismo punto, la campana estuvo un año en receso, para que se le pudiera colocar un badajo que la golpeara en el lado contrario. Esta campana todavía existe en nuestra Catedral y es, indudablemente, una de las joyas más preciadas:

"Doña María me llamo y muchos quintales peso; el que no lo quiera creer que me alce y me lleve en peso".
Dos días después, fue bajada otra mediana con la cual se tocaba la queda, llamada "Santa María de los Ángeles" y fundida por Hernán Sánchez. Más tarde se bajó otra campana que por su sonido grave y solemne era llamada "La Ronca." El Domingo de Ramos, después de los oficios, fue subida la campana mayor a su sitio.
El virrey subió a la torre acompañado de los Cabildos secular y eclesiástico y, al comenzar a subir la campana, se hicieron rogativas en todas las iglesias y no bajó el virrey hasta no verla colocada. El mismo día se subió la campana de la queda y el lunes 30 las restantes.
No eran suficientes tales campanas para la gran torre y las autoridades acordaron que ciertos pueblos cuyos habitantes habían venido a menos, cedieran a la Catedral algunas campanas que ya no servían en las viejas iglesias conventuales.
La primera llegó del pueblo de Jiquipilco, en el Estado de México, cuya conducción fue pagada por la Catedral, y a cambio de ella se les dio un terno para los oficios bordado en oro y plata, bastante apreciable. Los indios del pueblo de Hueyapan, Morelos, trajeron una campana grande en un carro tirado por bueyes. Fue pagada en dinero y su transporte costó novecientos pesos. Otras tres campanas pequeñas fueron obtenidas de diversos pueblos, por orden del virrey.
Poco después, se trajeron cinco campanas más. Una vino del convento de Yecapixtla, en el Estado de Morelos;. los indios pedían por ella seis mil pesos, pero como era la autoridad quien compraba, sólo les dieron seiscientos. Trajeron otra de un convento franciscano en Ozumba, que inmediatamente fue subida al campanario.
La tercera campana vino de Atzcapotzalco, del convento dominicano que aún existe en esa población. La cuarta provenía de Tlalnepantla, del convento franciscano que todavía se ve allí, y la última del convento agustiniano de Tlayacapan Morelos. Esta última estaba rajada y los frailes se la llevaron para volver a fundirla, pero no sabemos si ya fundida de nuevo volvió a México.
Finalmente, en 1655, quedaron colocadas un total de veintiún campanas en la torre.
Cuando, a fines del siglo Dieciocho, se concluyeron la fachada y torres de nuestro templo máximo, fue necesario hacer más campanas para el segundo cuerpo de la torre vieja y para la torre nueva completa.
Las campanas más importantes de la torre nueva fueron fabricadas por el español Salvador de la Vega, en su fundición de Tacubaya, en 1791.
La mayor, llamada “Santa María de Guadalupe”, pesa 280 quintales, es decir, 12,880 Kilos y en su superficie presenta en relieve la imagen guadalupana. Fue trasladada a la Catedral por cuenta y riesgo del propio fundidor de la Vega y consagrada por el Ilustrísimo Señor Núñez de Haro y Peralta.
Fue subida a la torre con una máquina de veinticuatro poleas de bronce, cuatro cabrestantes o sogas y dos grúas a cuyos ejes se afianzaron los cabrestantes; las grúas eran movidas por dos hombres que andaban dentro de cada una de ellas, y causó admiración la facilidad con que subía y bajaba, sin estrépito ni ruido y lo que es más, sin peligro para los operarios.
Se estrenó la campana el Día de Corpus. Cincuenta y ocho años después, el miércoles de ceniza de 1850, llamando a sermón, la campana se cayó, aunque afortunadamente no causó desgracias.

El mismo artífice Salvador de la Vega fundió otras dos campanas más pequeñas para la misma torre. La segunda se llamó “Los Santos Ángeles Custodios” o “El Santo Ángel de la Guarda” y pesa casi siete toneladas. Fue consagrada en el mismo sitio de la fundición por el obispo de Oaxaca, Gregorio Omaña. Fue subida a la torre con el mismo aparejo que se había usado para la campana mayor y su estreno tuvo lugar el Miércoles Santo, con el toque de oración y repique.

La tercera se llama “Jesús” o “San Salvador”; se trata de un esquilón o campanilla grande que es el mayor de todos los que existen en la Catedral, con un peso de una tonelada y media. Fue consagrada por el Obispo de Monterrey, Andrés Llanos de Valdés y se estrenó el 11 de diciembre de 1792.
El inventario realizado en 1796 incluía a las siguientes campanas:
En la torre nueva, al poniente, las tres ”Campanas de Vega”: “Santa María de Guadalupe”, “Santo Ángel de la Guarda” y “Jesús”.
En la torre antigua, al oriente, se mencionan las siguientes:
Campana “Santa María de la Asunción” ( “Doña María”), fundida en 1578 por Simón y Juan Buenaventura.
“Santiago Apóstol”, fundida por Bartolomé Espinosa ,en 1784. Se le colocó en el campanil bajo el lado derecho de Doña María y fue estrenada el 28 de junio, vísperas de la festividad de San Pedro.
De la campana llamada “San Agustín” no se conoce su autor; se sabe que fue fundida en 1684 y está colocada al lado izquierdo.
El esquilón nombrado “La Purísima Concepción”, fundido por Bartolomé Espinosa en 1767 y colocado en el campanil alto del lado derecho.
La esquila o campanilla llamada “Santos Ángeles Custodios” fue fundida por el mismo Espinosa, en 1784 y colocada en el campanil alto del lado izquierdo.
La campana “San Pedro y San Pablo” fue fundida por José Contreras, en Atzcapotzalco, en 1752. Su metal se elaboró en la Real Casa de Moneda por Don Manuel de León, refinando el cobre hasta ponerlo en el punto de ligar plata. La consagró el Ilustrísimo señor Rubio y Salinas y fue subida al campanil principal que mira al oeste.
Campana “Santa María de los Ángeles”, fundida en 1616 por Hernán Sánchez.
La campana “San Gregorio” fue fundida en 1707 por Manuel López. Se encuentra en el campanil izquierdo.
De la esquila llamada “San Paulino Obispo” no se conoce su autor, sino sólo que fue fundida en 1788. Se encuentra en el campanil alto de la derecha, hacia el oriente.
El esquilón llamado “San Juan Bautista y Evangelista” era el mayor de la Catedral, antes de fundir el “Jesús” de que hemos hablado. Tiene voz muy sonora; fue fundido por Juan Soriano en 1751. Lo consagró el Ilustrísimo señor Rubio y Salinas y se encuentra en el campanil izquierdo.
Una campana llamada” Señor San José” se halla colocada en el arco principal, del lado que veía al Colegio de Infantes. No se conoce su autor ni el año en que fue fundida, pero por su forma parece ser contemporánea de la “Doña María”. Ostenta inscripciones que con el tiempo se han vuelto ilegibles.
La campana “Nuestra Señora del Carmen” fue fundida en 1746, no se sabe por quién. Se encuentra en el campanil bajo de la derecha, hacia el mismo lado que la anterior.
“Nuestra Señora de la Piedad” fue fundida también por Bartolomé Espinosa, en 1787. Se encuentra en un campanil semejante al de la anterior.
No se conoce al autor de “Nuestra Señora de Guadalupe”, pero sí que fue fundida en 1654 y está colocada en el mismo campanil que la anterior. Ésta, la de la Piedad y la del Carmen, son tiples.
Otra campana llamada “Señor San José” fue fundida en 1797, sin que se sepa quién la hizo.
La campana tiple llamada “Santa Bárbara”, de autor anónimo, fue hecha en 1731 y colocada con la anterior en el campanil de la derecha.
“Santo Domingo de Guzmán” fue consagrada y colocada en el campanil del lado izquierdo.
La campana de reloj “San Rafael Arcángel” fue fundida por Juan Soriano en 1745 y se le colocó en el candil principal que mira a la plaza.

“San Miguel Arcángel” fue fundida en 1658, no sabemos por quién. Se halla colocada en el mismo campanil principal y se utiliza para dar los intervalos de quince minutos del reloj.

La campana llamada “Santa Bárbara” fue fundida en 1589, sin nombre de autor. Estuvo en la torre de la iglesia vieja y se encuentra en el campanil bajo de la derecha.
Una tercera campana llamada “Señor San José, fundida en 1658, no se sabe por quién, se encuentra del lado izquierdo.
La esquila llamada “Señor San Joaquín y Señora Santa Ana” fue fundida en Tacubaya por Bartolomé y Anastasio Murillo, en 1766. Se encuentra en el campanil de la derecha.
La esquila denominada “Señor San Miguel” fue hecha en 1684 por el señor Parra. Está en el campanil de la izquierda.
Las 33 campanas de la Catedral Metropolitana de México, que ha estado en remodelación durante los últimos años, también han sido restauradas y han recibido un mantenimiento mayor. Como dato curioso, hay que mencionar que sus pesos varían de 200 Kilos, a dos y media toneladas.
En 1999, el Cabildo de la Catedral Metropolitana de México presentó dos nuevas campanas para sustituir a las que, por su uso, se encontraban dañadas. Estas campanas llevan los nombres de “San Pedro del Carmen” y la “Virgen del Rosario”.
Durante la última visita del Papa Juan Pablo II, fue indultada una campana que había sido castigada, es decir, que no se había tocado durante 50 años, por haber propiciado que un sacristán se cayera y muriera al repicarla.

La campana castigada de la Catedral Metropolitana


Cada una de las 39 campanas de la Catedral Metropolitana tiene su historia. Una de ellas es “La Campana Castigada”; dicen que provocó la muerte de un campanero.
Rafael Parra, actual campanero mayor de la Catedral, cuenta que “Don Polo” quien fuera el campanero mayor de hace casi 60 años, no se daba abasto para hacer funcionar todas las campanas de la Catedral justo a las 12 del día, por lo que en ocasiones algunos jóvenes le ayudaban en esa tarea.
“Por ahí por los años cuarentas, al estar girando, la estaba tocando un campanero inexperto, un joven de 18 años, pero desgraciadamente no pudo salir a tiempo y fue golpeado con el contrapeso de la campana en su cabeza, con el puro golpe el muchacho murió.”
Durante el funeral de aquel joven, los Canónigos de la Catedral decidieron hacer un ritual para "castigar" a la campana. Le quitaron el badajo y la amarraron, además de pintarle una cruz, en señal de que esta campana, había causado la muerte de un campanero.
Más de 50 años permaneció así, sin tocarse. Fue hasta el año 2000, durante el jubileo, que el Cardenal Norberto Rivera, ordenó que se le retiraran las sogas y que se tocara nuevamente.
Ahora esta campana de bronce y estaño, “La Castigada”, de casi dos toneladas de peso, sólo se toca en algunas ocasiones; por el tiempo, ahora el contrapeso ya no sirve, el badajo está roto y parte de ella está fracturada.

Fuentes:

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Postal Número 2/16
¿Sabes de quién se trata?
¿Dónde se encuentra?
Composición del Dios Mexica Mictlantecuhtli 
Diseño y Fotografía Isabel Fajardo
Mictlantecuhtli. Dios del Inframundo.
Museo del Templo Mayor. Centro Histórico de la Ciudad de México.

Mictlantecuhtli y el mundo de los muertos

Esta escultura se encontró en la Casa de las Águilas, dentro del recinto sagrado donde se hallaba el Templo Mayor de México-Tenochtitlan

Mictlantecuhtli era el señor del inframundo nahua Mictlan donde reinaba junto con su esposa llamada Mictecacíhuatl. Se le solía llamar también Tzontemoc, que significa el que cae de cabeza. Los dos fueron creados por Quetzalcóatl y Huitzilopochtli. Tenían un templo en Tenochtitlán llamado Tlalxico, es decir ombligo de la tierra, donde se hacía la ceremonia en el mes de títitl matando en su honor algún prisionero. El dios se representaba como una calavera o un esqueleto con manchas amarillas que simbolizaban la descomposición.

Pocas divinidades pueden compartir con el Dios de la Muerte su lugar de preminencia en el intrincado panteón mesoamericano. Figura ubicua en esculturas y códices del México antiguo, la imagen esquelética o semidescarnada de este dios ya está presente en el arte preclásico de Tlatilco e Izapa. Con excepción de Teotihuacan --donde sus representaciones son escasas--, es durante el Clásico cuando las deidades del inframundo y sus símbolos adquieren formas ortodoxas y se reproducen profusamente. En la escultura maya son plasmadas por doquier calaveras, huesos cruzados, mandíbulas, el "signo de división" y los "ojos de la noche". Tiempo después, la imagen completa del Dios A se convertiría, junto con las de los dioses B, D y E, en una de las más recurrentes en los códices posclásicos MadridParís y Dresde. 

Sin embargo, ningún arte mostraría tal obsesión con el simbolismo de la muerte como el mexica. En forma singular esta plástica alude, por un lado, a la muerte física, a la extinción de la vida, reproduciendo con maestría las plácidas facciones y posturas del individuo fallecido. Por otro lado y de manera contrastante, insiste en las representaciones de deidades terroríficas que nos hablan del temor del creyente y de la trascendencia de su culto.

Mictlantecuhtli, también conocido como Ixpúztec ("Rostro quebrado"), Nextepehua ("Esparcidor de cenizas") y Tzontémoc ("El que baja de cabeza"), no era la única deidad de la muerte adorada por los mexicas. Aunque de menor importancia, pertenecían a este mismo complejo divinidades como Mictecacíhuatl, Acolnahuácatl, Acolmiztli, Chalmécatl, Yoaltecuhtli, Chalmecacíhuatl y Yoalcíhuatl.

El calendario es un buen ejemplo de la influencia de Mictlantecuhtli en la vida cotidiana de los antiguos nahuas. En el ciclo de 365 días, se hace presente en la fiesta doble integrada por las veintenas de Miccailhuitontli y Huey Miccaílhuitl. En el ciclo de 260 días, Mictlantecuhtli aparece a la vez como sexto Señor del Día, quinto Señor de la Noche, patrón del día Itzcuintli, de la trecena que inicia el 1 Técpatly su imagen es el signo del día Miquiztli.

En la lámina 56 del Códice Borgia, Mictlantecuhtli y Quetzalcóatl son representados como principios opuestos y complementarios, como la muerte y la exhalación de vida que forman el ciclo básico del universo. Este mismo papel queda de manifiesto en la Leyenda de los Soles y el Popol Vuh, donde los dioses de la muerte se enfrentan y son burlados --temporalmente-- por Quetzalcóatl, en el primer caso, y por los gemelos divinos, en el segundo.

Como señalamos en un principio, Mictlantecuhtli ejercía funciones que pudieran resultarnos paradójicas como el otorgar y fomentar la vida. A este respecto, Brotherston ha analizado el papel protagónico de Mictlantecuhtli en escenas referentes a la penetración, el embarazo, el corte del cordón umbilical y la lactancia contenidas en los códices BorgiaVaticanus B y Fejérváry-Mayer. Este extraño protagonismo tiene su explicación en el poder regenerativo de los huesos-semillas, evidente no sólo en el célebre viaje de Quetzalcóatl al Mictlan, sino también en el Códice Vindobonensis, donde las deidades que generan la descendencia, las diosas del pulque y la milpa personificada, poseen rasgos esqueléticos

Pero por más facultades generativas que Mictlantecuhtli pudiera poseer, es su carácter temible el que predomina en la cosmovisión prehispánica. Recordemos por un instante imágenes como las de la Casa de las Águilas, semidescarnadas, con garras amenazadoras y, en muchos casos, relacionadas con animales como la araña, el ciempiés, el alacrán, el búho y el murciélago. El Dios de la Muerte es, ante todo, un devorador insaciable de carne y sangre humanas.
En las pictografías aparece como un activo sacrificador armado de un hacha o de un cuchillo de pedernal y presto a extraer el corazón de sus víctimas. Es más, su nariz y lengua acusan forma de filosos cuchillos en códices como el Borgia o en las máscaras-cráneo descubiertas en el Templo Mayor. En vasos policromos y códices mayas, el Dios A ha sido pintado participando en ejecuciones y el Dios A' en siniestras escenas de autodecapitación, muerte violenta y sacrificio. No es de extrañar, por tanto, que el Señor del Mundo de los Muertos inspirara tanto terror en la imaginación indígena. Tal vez por ello, en la lámina 22 del Códice Dresde, el Dios A tiene dos veces el signo de cráneo (T1048) seguido del glifo bi (T585a), compuesto que puede ser leído xib(i). Como veremos, esta palabra es próxima al vocablo yucateco xibil, relacionado con la idea de temor.

Para los nahuas del siglo XVI, el Mictlan era un lugar yermo, espacioso y sumamente oscuro, un "sitio sin orificios para la salida del humo". En este tenor es sumamente interesante que fray Alonso de Molina haya registrado en su Vocabulario como forma de decir cosa oscura y tenebrosa las frase yuhquim micqui itzinco que significa literalmente "como en el culo del muerto". Obviamente, las concepciones nahuas no son la excepción en Mesoamérica. Los mayas, por ejemplo, utilizaban como uno de los nombres del inframundo el término Xibalbá. En quiché esta palabra quiere decir "lugar de miedo" y en yucateco xibil significa "temblar de miedo, espantarse o erizarse los cabellos" .

El Mictlan también es definido como un temible lugar de tormentos, pestilente, en el que se bebe pus y se comen abrojos. Torquemada nos dice que los tlaxcaltecas suponían que en el inframundo las almas de la gente común se convertían en "comadrejas, y escarabajos hediondos, y animalejos, que echan de sí una orina muy hedionda, y en otros animalejos rateros". Los quichés coincidían, ya que nos hablan del valeroso Ixbalanqué, quien al vencer al poderoso Señor de los Muertos le dio un puntapié y dijo: "Vuélvete, y sea para ti todo lo podrido y desechado y hidiondo" . Y aún en la actualidad los otomíes de la Huasteca tapan las cuevas con costales porque de allí emanan aires cargados de enfermedad, de muerte y de olor a podre.

Actualmente, esta hermosa y singular escultura se encuentra en El Museo del Templo Mayor.

Museo del Templo Mayor

Es ya conocida la historia del hallazgo de Coyolxauhqui, aquella noche del 21 de febrero cuando unos trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro trabajaban en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina. Una llamada anónima puso en alerta al Instituto Nacional de Antropología e Historia quien, de inmediato, convocó al Departamento de Salvamento Arqueológico a que se hiciera cargo del rescate de la escultura encontrada por los trabajadores.

El equipo de Salvamento Arqueológico estuvo bajo las órdenes del arqueólogo Ángel García Cook, del 23 de febrero al 15 de abril de 1978, periodo durante el cual se hicieron cargo del rescate y resguardo del gran monolito, así como de las primeras cinco ofrendas que excavaron en las inmediaciones de la diosa.

Templo Mayor

A grandes rasgos, el Templo Mayor era el edificio más grande y más importante. En la última etapa, contemporánea a la llegada de los españoles, el basamento piramidal estaba compuesto por cuatro cuerpos en talud con un pasillo entre cada uno, construidos sobre una gran plataforma, que medía aproximadamente 80 x 100 metros. Tenía dos escalinatas de acceso a la parte superior; donde estaban los adoratorios o capillas de Tláloc, dios del agua -a la izquierda- y de Huitzilopochtli, de la guerra -a la derecha-. Cada escalinata estaba limitada por alfardas que remataban en la parte superior por un cubo y en la inferior por cabezas de serpiente. Los dos templos, ubicados aproximadamente a 30 metros de altura, tenían una decoración específica y todo el edificio estaba estucado y policromado. El Templo Mayor fue reedificado siete veces, ampliado once y su construcción se inició en el año 2-conejo (1390). El Templo Mayor era una representación del Cerro del Coatepec donde, según la mitología mexica, nació Huitzilopochtli.

El Museo del Templo Mayor abrió sus puertas el 12 de octubre de 1987 y ha recibido, hasta ahora, a más de trece millones de visitantes. Su creación fue consecuencia de las excavaciones arqueológicas realizadas por el Proyecto Templo Mayor en su primera temporada, entre 1978 y 1982, las cuales se hicieron bajo la dirección de Eduardo Matos Moctezuma y permitieron recuperar una colección de más de 7,000 objetos, así como los vestigios del Templo Mayor de Tenochtitlan y de algunos edificios aledaños. Todo ello dio origen a la iniciativa de edificar un museo de sitio para exhibir dicha colección y, al mismo tiempo, complementar la visita de la zona arqueológica.

Este recinto se distribuye en ocho salas, cuatro en su costado sur y otras tantas en su costado norte. El proyecto museográfico original se basa en la distribución misma del Templo Mayor, en el cual se rendía culto a dos divinidades: a Huitzilopochtli, dios solar de la guerra y patrón de los mexicas, cuya capilla se encontraba en el lado sur del edificio, y a Tláloc, dios de la lluvia vinculado de manera directa con la agricultura, cuyo templo ocupaba el lado norte. De esa manera, las cuatro primeras salas están dedicadas a Huitzilopochtli y en un sentido amplio a la guerra, incluyendo los productos obtenidos por los mexicas a través de sus conquistas territoriales, mientras las cuatro últimas tratan sobre Tláloc, la agricultura y la explotación que los mexicas hicieron de los recursos naturales en general.

Al centro, en el segundo nivel del museo, se encuentra su pieza estelar: la gran escultura circular que representa a la diosa lunar Coyolxauhqui. Se trata de la joya principal del Museo del Templo Mayor, no sólo por su magnitud y belleza, sino porque gracias a su hallazgo accidental, ocurrido en la madrugada del 21 de febrero de 1978, dieron inicio las excavaciones del Proyecto Templo Mayor, cuyo fruto es todo lo que hoy día puede apreciar quien visita este lugar.

El quehacer cotidiano de todo el personal que labora en el Museo del Templo Mayor se encamina a cumplir con los objetivos generales del Instituto Nacional de Antropología e Historia, los cuales son investigar, difundir, conservar y proteger el patrimonio prehispánico y colonial de México. Al mismo tiempo, su colección se ha visto incrementada, gracias a los trabajos que ha venido realizando el Programa de Arqueología Urbana en el perímetro del antiguo recinto sagrado de Tenochtitlan desde 1991, mientras sus aportes al conocimiento de la sociedad mexica han sido constantes y fructíferos, a través de los estudios realizados por el equipo de investigadores del museo.

  
La arqueología urbana siempre nos reserva grandes sorpresas, máxime en la ciudad de México, cuyo Centro Histórico se levanta directamente sobre los sucesivos restos de la metrópoli colonial más pujante del continente americano, de la capital del imperio mexica y de un modesto pero muy interesante asentamiento de la fase Tollan. El hallazgo más reciente realizado en este escenario ocurrió apenas el 2 de octubre de 2006 y se erige desde ahora como un hito en la historia de nuestra disciplina.

Tlaltecuhtli: La nueva diosa en el templo mayor

diosaEn el Centro Histórico de la Ciudad de México el pasado late fervientemente bajo las edificaciones de la época moderna.  El recuerdo de los pobladores, los guerreros, las deidades, y en general, de la vida de la gran Tenochtitlan, se niega a morir en las fauces del tiempo. De las ruinas de lo que algún día fue el Templo Mayor (centro ceremonial, religioso, y civil, del antiguo imperio mexica), brotan dioses emplumados, revestidos por la sangre del sacrificio; resurgen restos de lobos con incrustaciones de jade, y emergen antiguas voces cuyos cantos intentan congregar al presente con el ayer.
El 28 de febrero de 1978, fecha en que se hizo el hallazgo de la Coyolxauhqui (diosa mexica lunar) al pie de la escalinata del Templo Mayor, los seres supremos del México prehispánico se mostraron por última vez en el México moderno. Fue hasta el 2 de octubre de 2006 que Tlaltecuhtli (diosa de la tierra), hizo crujir las entrañas del subsuelo del Centro Histórico, para reaparecer en forma de monolito policromático (con 4.19 metros de alto por 3.62 metros de ancho, con espesor de 40 centímetros y peso aproximado de 12 toneladas), por las calles del sitio, que una vez, ella dotó de vida.
En la revista Arqueología Mexicana, el Maestro en ciencias antropológicas por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Eduardo Matos Moctezuma, señala que el descubrimiento de Tlaltecuhtli tuvo lugar justo frente a las ruinas del Templo Mayor, cuando el equipo del arqueólogo Álvaro Barrera (integrante del salvamento arqueológico realizado en 2006 por el Programa de Arqueología Urbana Templo Mayor-INAH), exploraba el predio que ocupó la Casa de las Ajaracas, en la intersección de las calles de Guatemala y Argentina.
Después de más de 3 años de intenso trabajo, de acuerdo con los datos recabados de la página de internet del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) http://www.inah.gob.mx, el lunes 17 de mayo de 2010, la pieza arqueológica fue llevada a su nueva morada: el Museo del Templo Mayor. Para realizar tal tarea, se empleó poco más de 31 horas de trabajo, tecnología de punta, y un equipo de especialistas del INAH (sobrepasando la veintena de elementos humanos) que supervisaron el levantamiento y traslado de la Señora de la tierra.
Para la restauradora de Tlaltecuhtli, María Barajas Rocha, el hallazgo del monolito con ojos en forma de media luna y cabello color rojo obscuro (símbolo de la noche, del inframundo), revela la evolución escultórica de los mexicas. Ella puntualiza, que por el tipo de relieve más monumental y el empleo de una mayor gama de colores, particularmente el rojo, como el borgoña, Tlaltecuhtli hace referencia a la época de auge de la cultura azteca, a finales del reinado de Ahuízotl y principios del reinado de Moctezuma (aproximadamente entre los años 1502 y 1521).
Tlaltecuhtli, afirma el arqueólogo Matos Moctezuma, fue venerada exclusivamente por la clase sacerdotal del pueblo mexica. Dicha deidad se concebía a la vez, según la cosmovisión azteca, como paridora y devoradora de vida.
La escultura de la divinidad encontrada en las profundidades de los vestigios del Templo Mayor, señala Matos Moctezuma, representa a la advocación femenina de Tlaltecuhtli (Señor o Señora de la Tierra), ser supremo que en muchos mitos prehispánicos aparece como la venerada madre que da nacimiento a todo lo que existe en el mundo y en el universo (plantas, animales, seres humanos, el sol y la luna), pero también como el ser monstruoso que los devora en el momento de la muerte.
El vestíbulo del Museo del Templo Mayor, albergará temporalmente a la Señora de la Tierra mientras se realizan los planes necesarios para la construcción del recinto museístico que se convertirá en su nuevo hogar (dicha obra se edificará en el sitio en donde fue descubierta la diosa de cuya boca fluye la sangre de los muertos que renacerán de su vientre).
Con la llegada de la exposición, Moctezuma IITiempo y Destino de un Gobernante (la cual fue exhibida en el Museo Británico de Londres), al Museo del Templo Mayor, arriba también la diosa Tlaltecuhtli. Con la hazaña de haberse recuperado sus colores originarios (uno de los logros más importantes de la arqueología mexicana), la deidad del inframundo se engalana para recibir a los/as visitantes que deseen ser testigos de la grandeza de un pueblo que resurgió de las cenizas con el fin de reencontrar al pasado con el presente.


Fuentes:

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Postal Número 3/16
¿Conoces la Historia de este personaje?
Monolito de la diosa Mexica Coyolxahuqui


Detalle de la diosa llamada La que se ornamenta las mejillas con cascabeles
Templo Mayor, Centro Histórico de la Ciudad de México.


Convertida en una de las piezas emblemáticas del Museo del Templo Mayor y de nuestra nacionalidad, el monolito de la Coyolxauhqui tiene 33 años de haber sido descubierto y ser detonante de uno de los proyectos de investigación arqueológica más importantes del país que aún sigue rindiendo frutos.

El hallazgo se registró la madrugada del 28 de febrero de 1978, por una cuadrilla de obreros que abrían una zanja en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Así, después de permanecer enterrada por cinco siglos, la diosa lunar de los mexicas resurgió para cambiar el rumbo de la arqueología mexicana.

La de los cascabeles en el rostro La escultura circular de andesita rosa, fue creada entre los años 1469 y 1481 de nuestra era, durante el reinado de Axayácatl. Coyolxauhqui representa a la deidad femenina relacionada con la Luna y los vencidos.

Con un diámetro que oscila entre los 3.04 y 3.25 metros, un espesor de 30 centímetros y un peso cercano a las 8 toneladas, el relieve muestra a la diosa decapitada y mutilada de brazos y piernas, representada así por el combate que sostuvo con su hermano Huitzilopochtli, dios de la guerra, según relata el mito.

El monolito de la diosa lunar se encontró en el mismo lugar que ocupó en la antigua Tenochtitlan, al pie del adoratorio de Huitzilopochtli, en la parte sur del Templo Mayor. Su colocación estratégica permitía recrear la escena en la que el Sol vence a la Luna y simbolizaba el recipiente sagrado en el que se depositaban los restos de los hombres sacrificados en honor al Sol.

Hija de la Coatlicue, diosa de la tierra, Coyolxauhqui encierra el símbolo del combate, el triunfo del dios solar sobre los poderes nocturnos que ella encarna. La deidad cuyo nombre significa “La que se ornamenta las mejillas con cascabeles”, aparece desnuda en el monolito porque una de las últimas etapas de la derrota de los enemigos, era la humillación, misma que consistía en despojarlos de sus ropas.

Su rescate en 1978 estuvo a cargo de un grupo de investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, coordinado por los arqueólogos Ángel García Cook y Raúl Arana Álvarez.

El finado arqueólogo Felipe Solís fue el primero en identificar el monolito como la diosa Coyolxauhqui, que de acuerdo a la cosmovisión mexica había sido decapitada por su hermano Huitzilopochtli, y cuyo cuerpo cayó a las faldas del cerro, en el Templo Mayor. Fragmentada, de sus heridas brotan gotas de sangre y la cabeza del fémur aflora entre el muslo cercenado.



Coyolxauhqui representa, en la cosmogonía azteca, el mito convertido en escultura, arquitectura y en su presencia viva mediante el edificio principal de la Gran Tenochtitlán. La de los cascabeles en las mejillas, según reza la leyenda, yace decapitada y desmembrada en la base del edificio del Templo Mayor, después de que su hermano Huitzilopochtli la arrojó por las escalinatas del cerro-templo de Coatepec.

El mito de la deidad lunar surge cuando Coatlicue (la madre tierra), al barrer su templo en lo alto del cerro de Coatepec, queda preñada por unas plumas de colibrí que llegaron del cielo, las cuales guardó en su pecho.

Ese hecho pone a Coatlicue en riesgo de muerte, cuando sus hijas, Coyolxauhqui junto con las 400 Centzon Huitznahuac (las estrellas) deciden matarla, al considerar el embarazo de su madre como una afrenta.

El dios Huitzilopochtli, desde el vientre de Coatlicue, decidió defender su vida y la de su madre, y mediante una serpiente de fuego llamada Xiuhcóatl, decapitó a la Coyolxauhqui para después arrojarla del cerro de Coatepec.

Al caer fue desmembrándose, lo que da sentido al mito de que cada mes, durante el amanecer, la Luna es derrotada por el Sol.

Sobre ello, Eduardo Matos Moctezuma ha dicho que ese mito sobre la derrota de la Coyolxauhqui fue convertido en ritual mediante la fiesta de Pantquetzaliztli, en la que eran sacrificados algunos prisioneros en honor a Huitzilopochtli.

"Es así como los aztecas crearon una serie de aspectos simbólicos de este festejo, como un mecanismo que les llevaría a fundar Tenochtitlán."


La anatomía de un sueño COYOLXAUHQUI
El mito del nacimiento de Huitzilopochtli

(Códice Florentino, Lib. III, Cap. I
Traducción directa al náhualt hecha por el Dr. Miguel León-Portilla)*

Mucho honraban los Mexicas a Huitzilopochtli; sabían ellos que su origen, su principio fue de esa manera:

En Coatepec, por el rumbo de Tula,
había estado viviendo,
allí habitaba una mujer
de nombre Coatlicue.
Era madre de los 400 Surianos
y de una hermana de éstos
de nombre Coyolxauhqui.
Y esta Coatlicue allí hacía penitencia,
barría, tenía a su cargo el barrer,
así hacía penitencia,
en Coatepec, la Montaña de la Serpiente,
y una vez,
cuando barría Coatlicue,
sobre ella bajó un plumaje,
como una bola de plumas finas.
En seguida lo recogió Coatlicue,
lo colocó en su seno.
Cuando terminó de barrer,
buscó la pluma, que bahía colocado en su seno,
pero nada vio allí.
En ese momento Coatlicue quedó encinta.

Al ver los 400 Surianos que su madre estaba encinta,
mucho se enojaron, dijeron:
- "¿Quién le ha hecho esto?
¿Quién la dejó encinta?
Nos afrenta, nos deshonra.

Y su hermana Coyolxauhqui les dijo:
- "Hermanos, ella nos ha deshonrado,
hemos de matar a nuestra madre,
la perversa que se encuentre ya encinta.
¿Quién le hizo lo que lleva en el seno?"
Cuando supo esto Coatlicue,
mucho se espantó,
mucho se entristeció.
Pero su hijo Huitzilopochtli, que estaba en su seno,
le confortaba, le decía:
- "No temas,
yo sé lo que tengo que hacer".
Habiendo oído Coatlicue
las palabras de su hijo,
mucho se consoló,
se calmo su corazón.
se sintió tranquila.

Y entre tanto, los 400 Surianos
se juntaron para tomar acuerdo,
y determinaron a una
dar muerte a su madre,
porque ella los había infamado.
Estaban muy enojados,
estaban muy irritados,
como si su corazón se les fuera a salir.
Coyolxauhqui mucho los incitaba,
avivaba la ira de sus hermanos,
para que mataran a su madre.
Y los 400 Surianos
se aprestaron,
se ataviaron para la guerra.

Y estos 400 Surianos
eran como capitanes.
Torcían y enredaban sus cabellos,
como guerreros arreglaban su cabellera.
Pero uno llamado Cuahuitlícac
era falso en sus palabras.
Lo que decían los 400 Surianos.
Enseguida iba u decírselo,
iba a comunicárselo a Huitzilopochtli.
Y Huitzilopochtli le respondía:
- "Ten cuidado, está vigilante,
tío mío, bien sé lo que tengo que hacer."

Y cuando finalmente estuvieron de acuerdo,
estuvieron resueltos los 400 Surianos
a matar, a acabar con su madre,
luego se pusieron en movimiento,
los guiaba Coyolxauhqui.
Iban bien robustecidos, ataviados,
guarnecidos para la guerra,
se distribuyeron entre sí sus vestidos de papel,
su anecúyotl, sus brazaletes,
sus colgajos de papel pintado,
se ataron campanillas en sus pantorrillas,
las campanillas llamadas oyohualli.
Sus flechas tenían puntas barbadas.

Luego se pusieron en movimiento,
iban en orden, en fila,
en ordenado escuadrón,
los guiaba Coyolxauhqui.
Pero Cuahuitlícac, subió en seguida ala montaña,
para hablar desde allí a Huitzilopochtli,
le dijo:
-"Ya vienen."
Huitzilopochtli le respondió:
- "Mira bien por dónde vienen."

Dijo entonces Cuahuitlícac:
- "Vienen ya por Tzompantitlan."
Y una vez más le dijo Huitzilopochtli:
- "¿Por dónde vienen ya?"
Cuahuitlícac le respondió:
- "Vienen ya por Coaxalpan."
Y de nuevo Huitzilopochtli preguntó a Cuahuitlícac:
- "Mira bien por dónde vienen."
En seguida le contestó Cuahuitlícac:
-"Vienen ya por la cuesta de la montaña."
Y todavía use vez más le dijo Huitzilopochtli:
-"Mira bien por dónde vienen."
Entonces le dijo Cuahuitlícac:
"Ya estás en le cumbre, ya llegan,
los viene guiando Coyolxauhqui."

En ese momento nació Huitzilopochtli,
se vistió sus atavíos,
su escudo de plumas de águila,
sus dardos, su lanza dardos azul,
el llamado lanza dardos de turquesa.
Se pintó su rostro
con franjas diagonales,
con el color llamado "pintura de niño"
Sobre su cabeza colocó plumas finas,
se puso sus orejeras.
Y uno de sus pies, el izquierdo, era enjuto,
llevaba una sandalia cubierta de plumas,
y sus dos piernas y sus dos brazos
los llevaba pintados de azul

Y el llamado Tochancalqui
puso fuego a la serpiente hecha de teas llamadas Xiuhcóatl,
que obedecía a Huitzilopochtli.
Luego con ella hirió a Coyolxauhqui,
le cortó la cabeza,
la cual sino a quedar abandonada
en la ladera de Coatépetl,
montaña de la serpiente.
El cuerpo de Coyolxauhqui
fue rodando hacia abajo,
cayó hecho pedazos,
por diversas partes cayeron sus manos,
sus piernas, su cuerpo.

Entonces Huitzilopochtli se irguió,
persiguió a los 400 Surianos,
los fue acosando, los hizo dispersarse
desde la cumbre del Coatépetl, la montaña de la culebra.
Y cuando los había seguido
hasta el pie de la montaña,
los persiguió, los acosó cual conejos,
en torno de la montaña.
Cuatro veces los hizo dar vueltas.
En vano trataban de hacer algo en contra de él,
en vano se revolvían contra él
al son de los cascabeles
y hacían golpear sus escudos.
Nada pudieron hacer,
nada pudieron lograr,
con nada pudieron defenderse.
Huitzilopochtli los acosó, los ahuyentó,
los destrozó, los aniquiló, los anonadó.
Y ni entonces los dejó,
continuaba persiguiéndolos.
Pero, ellos mucho le rogaban, le decían:
- "¡Basta ya!"
Pero Huitzilopochtli no se contentó con esto,
con fuerza se ensañaba contra ellos.
Los perseguía.
Sólo unos cuantos pudieron escapar de su presencia,
pudieron librarse de sus manos.
Se dirigieron hacia el sur,
porque se dirigieron hacia el sur
se llaman 400 Surianos,
los pocos que escaparon de las manos de Huitzilopochtli.
Y cuando Huitzilopochtli les hubo dado muerte,
cuando hubo dado salida a su ira,
les quitó sus atavíos, sus adornos, su anecúyotl,
se los puso, se los apropió
los incorporó a su destino,
hizo de ellos sus propias insignias.
Y este Huitzilopochtli, según se decía,
era un portento,
porque con sólo una pluma fina,
que cayó en el vientre de su madre Coatlicue,
fue concebido.
Nadie apareció jamás como su padre.
A él lo veneraban los mexicas,
le hacían sacrificios,
lo honraban y servían.
Y Huitzilopochtli recompensaba
a quien así obraba.
Y su culto fue tomado de allí,
de Coatepec, la montaña de la serpiente,
como se practicaba desde los tiempos antiguos

*Tomado de Justino Fernández, "Una aproximación a Coyolxauhqui", Estudios de Cultura Naúatl (México: UNAM, 1963) Vol. IV, pp. 37-53.



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¿Sabes qué edificio custodian?

Rumbo al Centenario, te presentamos algunos datos sobre esta imponente construcción que orgullosa se levanta en la Plaza de la República, en la zona centro de la Ciudad de México

En la Ciudad de México se ubica el emblemático Monumento a la Revolución, el cual fue edificado aprovechando parte de la estructura de hierro que en un principio iba a ser destinada al Palacio Legislativo.
El recinto había sido promovido por el presidente Porfirio Díaz y su gobierno, mismo que en el año de 1897 emitió una convocatoria internacional para la realización del proyecto de la futura sede de las Cámaras de Diputados y Senadores.
Tras el proceso de selección, la primera piedra de este edificio fue colocada el 23 de septiembre de 1910 por el propio presidente Díaz, pero la construcción del Palacio Legislativo fue suspendida por falta de recursos a raíz de las luchas revolucionarias.
Sin embargo, una vez terminado el movimiento social, el arquitecto mexicano Carlos Obregón Santacilia propuso aprovechar parte de la estructura de la frustrada sede legislativa para erigir un monumento a la entonces recién terminada Revolución Mexicana, sugerencia que fue aceptada, y su construcción abarcó de 1933 a 1938.
Con el paso del tiempo, este monumento también se convirtió en mausoleo, donde ahora descansan los restos de próceres revolucionarios como Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Francisco Villa, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas.
En los sótanos del edificio se estableció a partir de 1986 un pequeño museo, que de manera sencilla y sugerente expone cincuenta años de la historia de México: desde 1867 en que Benito Juárez reafirinó la soberanía nacional, hasta el año de 1917 en que se firma la nueva Constitución mexicana.

CÓMO LLEGAR

Sobre Av. Insurgentes, en la estación Tabacalera del Metrobus, caminar hacia la derecha y atravesar la avenida. Por el Sistema colectivo Metro, bajar en la estación Revolución, de la línea 2 (Cuatro Caminos-Taxqueña), y atravesar la avenida Puente de Alvarado. Avanzar por la calle Ponciano Arriaga tres cuadras hasta llegar a la Plaza de la República.
Fuentes:


Estructura del Monumento a la Revolución. Fondo Casasola/ núm. Inv. 88713, 1930. CONACULTA – INAH, Sistema Nacional de Fototecas.


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